Ser madre: el capítulo más sagrado que escribimos con el alma

Ser madre: el capítulo más sagrado que escribimos con el alma

La maternidad no es una carga ni una enfermedad, es una de las experiencias más profundas y transformadoras a las que una mujer puede abrirse. Ser madre es ser autora de historias vivas, de generaciones enteras que se escriben con amor, lágrimas, paciencia y esperanza.

Hay un lazo invisible que se siente antes del primer abrazo y que nunca se rompe.

Un lazo que no entiende de distancias ni de silencios, que no necesita explicaciones y que, aunque el mundo cambie, permanece intacto.

Ser madre no es un título que se obtiene un día, es una historia que se escribe todos los días.

Es elegir —a veces con la razón, a veces solo con el corazón— poner otra vida en el centro del propio universo, sin garantías, sin certezas y con el único pacto de dar lo mejor, incluso en los días en que sentimos que no tenemos nada.

No todas eligen este camino, y cada elección merece respeto. Pero para quienes lo recorremos, es un viaje sagrado. Un viaje que nos confronta con nuestros límites, que nos enseña a amar con paciencia, a sostener sin sofocar, a guiar sin imponer.

“El corazón de una madre es un abismo profundo en cuyo fondo siempre encontrarás perdón.”– Honoré de Balzac.

La maternidad no es una carga; es un privilegio que honro y llevo con gratitud todos los días.

Es ser autora de un capítulo en el libro de la humanidad, aunque ese capítulo nunca se firme con nuestro nombre. Porque la historia que escribimos como madres no nos pertenece: pertenece a quienes amamos y a las generaciones que vendrán.

“La maternidad tiene un efecto humanizador: todo se reduce a lo esencial.” –Meryl Streep.

A veces la vida nos recuerda que ser madre no es criar solo a quienes nacieron de nuestro vientre; también es cuidar, inspirar y acompañar a quienes el destino nos confía. Es aprender que no somos dueñas de sus pasos, pero sí de la huella que dejamos en su corazón.

Hoy, algunos discursos modernos buscan ridiculizar, minimizar o incluso patologizar la maternidad, como si fuera un retroceso o una esclavitud. Pero olvidan que el verdadero progreso no consiste en despreciar nuestra capacidad de dar vida, sino en reconocerla como un poder inmenso y único.

Madres que, sin cámaras ni titulares, han sostenido familias, han sacado adelante hijos en la adversidad, han trabajado sin descanso, han dado todo de sí, incluso su vida, como tantas que murieron en partos en otras épocas. Ellas son las verdaderas arquitectas de la humanidad.

No, no me identifico con quienes convierten la maternidad en un estigma, ni con quienes quieren hacernos creer que abrazar esta experiencia nos hace menos libres. La maternidad no quita, multiplica. No encierra, abre. No enferma, sana.

Insisto e insistiré siempre, la maternidad es:

“Un lazo invisible que se siente antes del primer abrazo y que nunca se rompe”.

A todas las madres, a las que están, a las que ya partieron, y a las que desearon serlo y lo fueron en sus sobrinos o en sus muchos otros hijos que la vida les regaló por otro medio: gracias. Gracias porque cada vida que han tocado es una chispa más en el tejido de la humanidad.

Hoy, en este Día de la Madre, mi abrazo es para cada mujer que ha elegido este camino y también para quienes lo recorren de maneras distintas, sin etiquetas ni comparaciones. Porque en el fondo, ser madre es amar con toda el alma… y eso es algo que el tiempo, la distancia o las circunstancias nunca podrán borrar.


Gabriela Arrieta Quesada
Gabriela Arrieta Quesada
Gabriela Arrieta Quesada

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